lunes, 31 de octubre de 2016

CUENTO DEL ADIÓS A UN MUJERIEGO



                                          CUENTO DEL ADIóS A UN  MUJERIEGO 

No pude dejar de sonreír cuando me dijo que le  pediste que se casara contigo.

Me brotó la risa desde que la vi entrar.  Los espasmos  me sacudían el estómago y me arrancaban carcajadas hasta las  lágrimas, tal como aquella vez, cuando era niña, que mi hermano quiso atravesar una puerta de vidrio,  no vio el  cristal cerrado y  salió despedido hacia atrás; a él tuvieron que darle agua con azúcar para el susto y a mí un té relajante por que no podía dejar de reír.

Así como aquella vez, hoy tampoco puedo parar la risa,  ni siquiera porque recordé los días en que comencé a encontrarte pagos de hoteles en tu cartera, y las mil veces  que me pregunté el por qué no practicabas conmigo lo que hacías con otras, o por lo menos lo que aprendías. Cuántas veces me cuestioné como era que les gustaba estar contigo, si cuando hacíamos el amor yo me entretenía adivinando las manchas de goteras en el techo oscuro, esperando que hicieras el momento alucinante.

Discúlpame pero no puedo dejar de reírme, porque te veo como a mi hermano, aquella tarde, tan seguro de cruzar la puerta de vidrio y tan cómicamente lanzado hacia atrás. 
Y es que también recuerdo cuando  me dijeron que mis células se enfermaron de amargura, se hicieron adictas  a la tristeza, se desfiguraron de dolor,  mutaron al cáncer:

-Le quedan tres meses, seis, un año, un milagro.

Hasta me alegré, al fin sabrías cuanta falta te haría, y me recordarías, y llorarías, y todos los verbos con "rías".

Pero fue todo lo contrario,  como casi te sentiste viudo, con orgullo mostraste tu nueva conquista al mundo mientras en mi cuerpo trillones de resentidos glóbulos blancos peleaban a muerte con los rojos.

Y como no me voy a reír, aunque parezca desquiciada,  si  vivamente recuerdo la tarde en que me llegó el rumor de que te casarías con ella en cuanto yo muriera, y encontré la factura de un anillo en tu cartera.

Esa fue una tarde  especial porque vi a  unos felices pájaros tomando agua en un recipiente que puse en mi ventana,  respiré profundo al mirarlos tan  vivos  y el aire me supo muy rico¡ Y  qué rico sabe el aire cuando es casi el último!..

viernes, 26 de agosto de 2016

Por qué me convertí en budista


Por qué me convertí en budista


¿Qué hace que cuando creces cambie tu manera de pensar? En mi caso fue cuando la palabra justicia, pecado y destino no pudieron embonar en mi mente y mi corazón, y  tuve que virar muchos grados hasta que llegué a Oriente.  Lo doloroso de dejar la infancia es ver caer los ídolos, nuestros padres mienten, critican a otros y  se engañan a sí mismos; los maestros casi siempre son incongruentes y se nota que no le entienden
a sus propias vidas; Jesús de Nazaret no se conmovió ante la aberración de Las Cruzadas, ni de La Inquisición,  ni por los niños violados,  y por los siglos de los siglos no ha podido combatir el hambre de los pobres; los presidentes de Estados Unidos  van a misa antes de bombardear un país porque creen que el petróleo lo es todo;  Mahoma llama a la Guerra Santa y sus  Imanes, o Sacerdotes,  proclaman que todos, excepto los musulmanes, somos pecadores y merecemos la muerte; luego observé que el sacerdote neurótico  de la iglesia a la que pertenecíamos, a media misa, pellizcó a un niño para que dejara de llorar y  él comunicara el mensaje de amor y paz que Dios le reveló.   
            Perdida la brújula, llegaron a mi vida los días vacíos, sin rumbo, cuestionando en cada esquina, en cada libro, en cada reunión, la razón de la existencia, (enamorarse de alguien siempre llena este vacío, pero pasado un tiempo lo complica más). Mirando las frías imágenes de santos en las iglesias y buscando, inútilmente, la maravillosa y segura fe de la infancia.  La religión es el opio de las masas,  dicen los comunistas; acepté que yo era masa, pero el ateísmo tampoco me dio felicidad,  y seguí dando tumbos, buscando la razón de mi común existencia, de mi complicada mente, del perfecto funcionamiento de mi cuerpo, de los hijos que de mi pecho se alimentaban.
            La Biblia cristiana en sus mil quinientas páginas no explica la razón de nacer, nos da una filosofía para convivir sin explicar que somos parte de una evolución constante, de una naturaleza casual, pero perfecta, engranaje de un todo cuyo destino es desaparecer.  Olvida que la mente es el hombre y el hombre es su mente.
            El budismo apareció por ahí, cuando enfermé... de la mente;  no podía hilar dos oraciones juntas y ponerlas en acción, sabía que mi enfermedad no era cuestión de desengaños, ni de traiciones de las personas que me rodeaban, sino de paz en mi pensamiento, de verlo todo desde arriba, de una filosofía más certera que la cristiana para soportar los embates de una supervivencia diaria, por demás cómoda, pero llena de horarios, exigencias y consumismo. Buscaba una explicación de la existencia desde el punto de vista espiritual, (ya  el Bing Bang, la extinción de los dinosaurios, la falta de vida en Marte y Charles Darwin me habían aclarado  la vida desde el punto de vista científico).  Buscaba, pues,  una disciplina moral sin pecado, sin castigo, sin infierno.  Necesitaba entenderle a la vida, y sentirme alegre de estar viva
            El budismo  es una...

viernes, 8 de enero de 2016

MICRORRELATOS


Saturno devorando a sus hijos



               

                Hijos de Saturno 
                                                                    

                  Nosotros  fuimos comidos por nuestro padre como el rey  mitológico se engulló  a los suyos: un pedazo de alma cada día. Cuando él  murió  también nos vomitó.  
 Entonces ella y yo descubrimos  que nos amamos, quién sabe si por miedo infantil o  terror maduro.   
                   Y sólo ensartados  calmamos la angustia del amanecer, el recuerdo  de su puño. 
                 El orgasmo es una pequeña  muerte, embeleso de la  creación, explosión luminaria, indulgencia, procreación y nada. 
Con sexos y bocas pegados  agradecemos sus genes que nos  dieron  la existencia.  

                   No habrá más hijos de Saturno.
 Las neurosis se repiten  sin sutilezas